Eran las 7am.
Ella se subió al bus de transporte colectivo, pagó su pasaje y se dirigió a algún asiento vacío. Iba vestida de blusa y chaqueta, pantalones de vestir. Una buena combinación de colores. Bien peinada. Como cualquier ejecutiva, pero ella no era cualquier persona.
No logró sentarse. Su pasión era mucha. Sus ganas de hacer lo que su corazón le decía fueron más que las ganas de ir cómoda en el asiento. Bien pudo ir sentada e ignorar su presente, pero le importó más el futuro de otros. Pudo perfectamente pasar desapercibida, pero decidió arriesgarlo todo. Pudo ser el objeto de miradas coquetas, pero su valor no es digno de un “don nadie”.
Con una mano se aferró al agarradero del techo del bus, con la otra aferraba lo que le daba vida, fuerzas y pasión. Las maniobras del conductor irresponsable no la detuvieron de hacer aquello para lo que ella había despertado esa mañana. Nada la podía detener. Era invencible.
Como guerrero, en una mano su escudo y en la otra su espada. En cada inhalación de oxigeno recobraba fuerzas, en cada exhalación infundía esperanza. Nada la detenía, nada la vencía.
Cuando terminó su batalla, aun en la puerta del bus dijo sus ultimas palabras de esperanza y se bajo, desapareciendo entre la muchedumbre. Nadie supo más de ella.
Tres hombres la vieron, uno lloraba de amor, otro de rencor y el tercero de vergüenza.
No por lo que decía, sino por lo que hacía. DIOS lloraba de amor por ver a su hija testificar de lo que EL ha hecho en ella y de su gratitud, capaz de vencer la vergüenza y gritar a los cuatro vientos que Jesús es Señor. El diablo lloro de rencor y odio al verla victoriosa. Yo lloré de vergüenza, porque fui incapaz de ponerme de pie al lado de ella. Porque fui incapaz de verla a los ojos como una heroína. Porque mientras ella hablaba de DIOS, yo miraba por la ventana del bus haciéndome el desentendido.
Cuando recapacité, pedí perdón al Cielo, me sacudí el polvo de la vergüenza, y ahora escribo este articulo. Esta chica sin nombre es digna que sea contada entre los héroes de la fe.
Romanos 1:16 Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree…
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